lunes, 10 de noviembre de 2014

Me gusta el metal, pero no los metaleros



Tengo 46 años de edad, de ellos más de 30 oyendo las bandas de hard rock y metal que se me atraviesen, con o sin mucha prevención. Aunque crecí en un ambiente mediado por la música tropical, el "chucu chucu", las baladas románticas en español, boleros, algo de música clásica y los infaltables merengues propios de las fiestas de garajes de los años 80, siempre primaron en mis intereses musicales todas esas bandas en las que retumbaban guitarras, alaridos, baterías, bajos y carátulas llenas de calaveras, demonios o imágenes "retorcidas".

Cuando empecé a profundizar, con la rigurosidad de un nerd, el origen de cada una de esas bandas, su discografía, letras y hasta como lucían, me era imposible no dejar de fantasear en ser uno de esos héroes de la guitarra, la voz o la percusión que tanto me emocionaban. Mis ojos llorosos, palpitaciones aceleradas, sudor, temblores y una sonrisa de oreja oreja, más allá de parecer síntomas de un esquizoide en progreso, formaban parte de mi amor enfermizo e incondicional por el "rock pesado".

Obviamente, cuando uno empieza a forjar su interés por un tema en particular, entra en contacto con otras personas que comparten ese mismo interés. A mí poco me importaba, y me sigue sin importar, si las bandas que oían me gustaban o no, con tal de que fueran "metaleras" ahí estaba yo por el simple afán de conocerlas. Empecé a conocer gente con criterios llamativos, con amplios conocimientos y dueños de nacientes discografías que me dejaban atónito.



Los metaleros

Conocí muchas personas que, además de ser consumados melómanos -todavía no se popularizaba tanto la palabra "metalero"-, me compartieron casetes y discos de larga duración (lp) que fueron armando mi criterio frente a las bandas que me gustaban y porqué me atraían tanto. Recuerdo que poco o nada importaba si eran heavy, speed, thrash o ultra metal, bastaba con que uno pudiera mover su cabeza como un poseso y que, como acto reflejo, la guitarra, bajo, batería y micrófono imaginarios hicieran parte de la forma en la que disfrutábamos de esas canciones que tímidamente sonaban en algunos programas especializados de la naciente radio en FM (año 84-85 aproximadamente).

Todo este preámbulo me sirve para ilustrar que esos gomosos del metal, ahora sí, los metaleros, comenzarán a inscribirse en la cotidianidad de mi vida, por ese entonces el colegio y mi barrio. No hablábamos de tribús urbanas, hablábamos de metaleros, "unos peludos vestidos de negro, parchados con una grabadora oyendo casetes con buen o mal sonido, traqueando desde Celtic Frost hasta Saxon o las bandas de metalmedallo como Parabellum, Astaroth, Reencarnación o Ekrión, por nombrar algunas.

Aún, casi 30 años después, conservo muchas amistades de esa época que siguen batallando con sus grupos (Posguerra, Tenebrarum, Masacre, Averno, Ekhymosis, Athanator, Agressor) y que son personas ejemplares: profesionales, emprendedores, padres de familia, profesores, en últimas, ciudadanos de bien que aportan a la cultura y el entretenimiento de quienes nos empecinamos en seguir "metaleando" hasta la saciedad.
Ahora, no todo es color de camiseta de Black Sabbath (es que decir "color rosa" como que no me cuadraba acá, a no ser de que habláramos de Poison, pero eso es otro cuento): desde esas épocas hasta ahora, persiste una estirpe nauseabunda, triste y decadente que no ve más allá de sus jeans torpemente entubados y de sus accesorios cochambrosos y desvencijados: los "radicales".

Los radicales, los "trve" (ni idea porqué escriben eso así), los "warriors", los que no son "possers" (les toman una foto y ponen cara de estreñidos o de malotes con gastritis), son fáciles de identificar porque gravitan cuan gallinazo al acecho de la roña, de los bares o parches en los que están sus semejantes u otros metaleros que sí se bañan y no compran segundazos en la Minorista. Miran feo, hablan feo, se visten feo y huelen feo, pero lo más feo que tienen es esa intolerancia y pobreza argumental contra otros metaleros de mente más abierta que no vendieron su alma a una banda o un sonido en específico.

En una época y hoy en día evito los lugares en los que abundan ese tipo de personas: no me cabe que algo que nos debería unir (sin pretender que seamos una hermandad) sea motivo de envidias y rabias pendejas porque yo no uso una camiseta de X banda y porque tengo otra de una quizá más comercial, o porque me vieron en una fonda tomando ron con unos "faranduleros", en fin, cuanta disculpa estúpida se inventen por no caber en su sucio y estrecho mundo, tan estrecho como las botas de sus jeans baratos...

Tengo muchos conocidos y amigos que usan sus chalecos de jean llenos de parches de bandas de metal clásicas, con correas de taches y hasta manillas de clavos que no me niegan su saludo cuando me ven con camisetas polo, tenis de colores o en compañía de amigos que distan de ser metaleros. He ido a bares de metal en los que soy bien recibido aunque vaya con una camisa de manga corta de cuadritos; no se me da nada pedir una canción de Cinderella y luego una de Amon Amarth y respeto al blackero (aunque el black metal no es de mi entero gusto) tanto como al que se atreve a usar leggins, pañoletas, botas vaqueras, laca en su cabello y hasta maquillaje para su banda de glam rock.

Por eso he dicho, en muchas ocasiones, que me gusta el metal, pero no los metaleros, esos que no conocen de dónde vienen sus bandas, que se sorprenderían al saber que el actual bajista de Exodus, Jack Gibson, es un fan acérrimo de Johny Cash y no oye metal todo el día; que Dio admiraba la voz de Ammy Lee (la cantante de Evanescence, una banda de nu metal) y que muchos cantantes de death metal oyen country y hasta música electrónica (sí, esa para hacer spininning) ¡cuando están de rumba!

Un grupo de Facebook, "Mi pasión es el metal",  es uno de esos oasis donde metaleros de toda Colombia y otros países debaten, con altura y respeto, sobre lo que les gusta o no del metal. Hay noticias, debates, comentarios y demás de las bandas de metal que amamos y hasta las que detestamos, todo con el respeto de personas, que más que metaleros, son participantes serios que aportan desde sus saberes y gustos, enriqueciendo nuestras ansias de conocer y recordar bandas que siguen marcando nuestro amor por el metal.

Insisto: amo el metal, pero no a los metaleros que no ven más allá de sus greñas puercas y de sus miradas de asco, como si una larva los consumiera desde el recto.


Después de un toque en Nuestro Bar La 33, tocando algunos covers de hard rock y heavy metal con mi antigua banda, Flashback.

4 comentarios:

  1. Muy de acuerdo Ricardo. Ese metalero "comegusanos" es quizá producto de la inmadurez en edad y al mismo tiempo de la inmadurez musical. Un eterno contestatario con quién no hay discusión sino pelea. Justamente anoche estuve en un concierto en sun sitio minúsculo, pegado a la tarima voleando mis greñas a la par con los músicos (de larga carrera y renombre metalero) y al mirar hacia atrás veía metaleros de todas las edades, pero no esos comegusanos, quizá sea cuestión de cultura de un país, en Canadá no se vive en estado de alerta constante, de agresividad compulsiva. Al mirar atrás las miradas que recibía eran como "todo bien, excelente camisa de King Diamond", en lugar de "qué mirás pirobo?".

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  2. Muy Genial, Muy De Acuerdo En Todo. Excelente Lo De Los Gustos Particulares De Los Metaleros Famosos. Que Van A Saber Esos "TRVE" Que DIO Gustaba De Amy Lee, Menos Quienes Son Evanescence & De La Vida Personal O La Actualidad De Muchas Bandas (Ni Las Letras Las Entienden VCuando Escuchan Sus Playlists.

    JAJAJAJAJAJAJA Adorè Tu Post. Genial Man! (y)

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  3. Parce, te quedo buenísimo el artículo. Ah! te falto poner tambien que a Milland Petrozza le trama muchísimo DAFT PUNK y no por eso deja de ser un metalero. Saludos!

    Carlos Dávila R.

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  4. Totalmente de acuerdo estos personajes no evolucionan y no ven que el rock y el metal se lleva por dentro y no en una farsante ropa o pelo largo retrógrados que nunca se van a superar.

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