martes, 19 de mayo de 2015

Ya no soy de esos de lavar y de planchar

Los que pasamos de los 40 años de edad hemos escuchado de familiares y conocidos una expresión muy coloquial que define el carácter de personas dispuestas a casi todo: "yo soy de lavar y planchar". Esta frase era -o es- de común uso cuando una persona expresaba su intención de que podían contar con ella "para las que sea", otra frase bastante común cuando de afrontar una situación se trata, sin importar si es buena o mala, cómoda o incómoda según el caso.

Supuestamente, cuando uno es más de "lavar y planchar", más puntos tiene a su favor por pasar por una persona descomplicada, humilde y dispuesta, pero me he dado cuenta con el paso de los años que yo me he ido alejando de esta condición a pasos agigantados.

Para nadie es un secreto que, con la llegada a ciertas edades, afloran varios caprichos, miedos o prevenciones frente a diferentes momentos que te exigen una disposición física y mental particular para encajar de la mejor manera. Algunos continúan con su espíritu aventurero, desabrochado y sencillo de afrontar los momentos como vengan, yo, por mi parte, si tengo la posibilidad de decidir si me convienen o no, lo hago sin dudarlo.

Definitivamente no soy de lavar y de planchar; cada vez soy menos "pa' las que sean" ni "me le mido a lo que sea", porque soy consciente de mis limitaciones, de mis embelecos y que la pose de "falso bacán" o de "desabrochado de postal" no van conmigo.

Me perdonan, pero aunque "tirar charco" es un buen plan, el paseo de olla se me hace de lo más incómodo y poco práctico del mundo.

No sé si con esta actitud estoy dejando de descubrir o ganar muchas cosas por renunciar a tener un espíritu aventurero y me esté enquistando en el cacareado y manoseado concepto de "la zona de confort", pero la verdad es que agradar a todo el mundo cada vez va menos conmigo y prefiero embarcarme en otro tipo de aventuras, quizá más personales, menos físicas, pero a mí parecer, más retadoras y enriquecedoras.

Es por eso que las idas a discotecas, acampadas, paseos ecológicos, rumbas crossover, picnics, partidos de fútbol, festivales, viajes a lugares exóticos, rumbas de amanecida y salidas a algunos pueblos poco o nada me llaman la atención. Valoro la tranquilidad, la comodidad y la alegría que me pueda traer una visita a las casas de los amigos; los bares pequeños que me dan gusto con la música y los licores que prefiero; las caminadas a sitios que refresquen o que no necesariamente me lleven a algún lado en particular, ir a cine o al encuentro con amistades ojalá en una finca o casa de campo.

Soy consciente de que el ambiente a cualquier lugar al que uno vaya lo hace la compañía o uno mismo si se lo propone, pero a estas alturas de mi vida no soporto ir a una fonda a que me amenicen mis tragos de cerveza o de cualquier trago al son de vallenatos, rancheras, reguetón, bachatas, urbana o música popular destemplada. Si mucho algunas canciones de "plancha" o "chucu-chucu" y eso con la voluntad muy doblegada por los guaros, whiskys o rones.

Y aunque crecí en un ambiente lleno de tías que se bailaban hasta el ringtone de un Nokia 1100, adquiriendo algunas habilidades básicas de danza de merengues, salsa y tropical, el baile se me hace harto y sobrevalorado como estrategia de acercamiento social. Ni se les ocurra que le jale al "perreo", al brincadito maricón de la bachata, al tongoneo insípido de los vallenatos o al paso de tío alicorado cuando suenan las notas del repertorio de Pástor López o Gustavo "El Loko" Quintero. A lo sumo uno que otro merengue ochentero o salsa que sea fácil "cogerle el tiro", aunque admito que algunas tonadillas electrónicas y alternofunk de los 90's me hacen mover sin mayores ruegos.

Amargado o no, complicado, cansón o caprichoso, lo cierto es que, para mí, nada mejor que poder dormir en mi cama luego de una noche tragos o, en el caso de un paseo, contar con una buena cama y un baño decente en lugar de pernoctar en una incómoda carpa y salir a hacer las necesidades en una letrina o detrás de un arbusto. Ni hablar de las fogatas para calentar una lata de frijoles, ¡benditos sean los restaurantes! Hasta en los conciertos que tanto disfruto, sino encuentro por lo menos un lugar temporal en el que me pueda sentar un rato, no le jalo. Y si hay asomo de pogo, me voy abriendo porque bastante tengo con estar de pie un largo rato para restregarme la chucha de otro sin la posibilidad de gozar a la banda en vivo en su total dimensión.

viernes, 15 de mayo de 2015

"Oh, oh, oh, nada personal"...

Luego de una ausencia de casi 3 meses en las que pasé por una montaña rusa de situaciones, sensaciones, alegrías, fracasos, tristezas y momento de reflexión bastante duros, regreso acá para que, por favor, me lean, analicen, critiquen, amen, odien o hagan eco de sus vivencias.

Si algo aprendí de las decepciones propias y ajenas que tuve durante mi periodo de convalecencia es la de bajar cada vez más las expectativas al máximo y hacer un mantra en mi vida la siguiente frase: "Nunca esperar nada de nada ni de nadie".

Tuve una verdadera epifanía entre marzo y abril, especialmente, sobre quiénes son verdaderamente mis amigos, esos que además de acompañar y acolitar las ocurrencias que cuento al son de unas cervezas, whiskys y rock and roll, también fueron mi paño de lágrimas, consejeros y guías en este momento de mi vida, uno en el que nunca antes me había sentido tan vulnerable física y emocionalmente.

Y en ese lapso de vulnerabilidad, de angustia e impotencia en el que las buenas noticias eran una verdadera quimera, ha llegado una oportunidad de crecer sentimentalmente, de no dar nada por sentado, de tomarme el tiempo suficiente para que lo que siento sea verdadero, auténtico, sumado a la gratitud y a redescubrir el amor y apego por la familia, esos que están con vos por más que metás la pata y no escarmentés.

A la fuerza, estremecido por la contundencia de lo desconsiderados que pueden llegar a ser quienes dijeron amarte con todo tu ser cuando se trata de sacarse en limpio en virtud de su egoísmo sentimental, de sus mecanismos de defensa revestidos por sus molestas superioridades morales, estoy aprendiendo (largo proceso) a domar mi ego, de no tomarme de manera personal (difícil pero no imposible) las quejas o críticas de quienes han estado o dejaron de estar con uno. Es su problema si entienden o no, allá ellos con su "madurez", a mí ya me llegó la hora de reír, de reposar y de mirar atrás solo cuando se atraviese el culo de una hermosa mujer.