Tengo 46 años de edad, de ellos más de 30 oyendo las bandas de hard
rock y metal que se me atraviesen, con o sin mucha prevención.
Aunque crecí en un ambiente mediado por la música tropical, el "chucu
chucu", las baladas románticas en español, boleros, algo de música clásica
y los infaltables merengues propios de las fiestas de garajes de los años 80,
siempre primaron en mis intereses musicales todas esas bandas en las que
retumbaban guitarras, alaridos, baterías, bajos y carátulas llenas de
calaveras, demonios o imágenes "retorcidas".
Cuando empecé a profundizar, con la rigurosidad de un nerd, el origen de
cada una de esas bandas, su discografía, letras y hasta como lucían, me era
imposible no dejar de fantasear en ser uno de esos héroes de la guitarra, la voz
o la percusión que tanto me emocionaban. Mis ojos llorosos, palpitaciones
aceleradas, sudor, temblores y una sonrisa de oreja oreja, más allá de parecer
síntomas de un esquizoide en progreso, formaban parte de mi amor enfermizo e
incondicional por el "rock pesado".
Obviamente, cuando uno empieza a forjar su interés por un tema en
particular, entra en contacto con otras personas que comparten ese mismo
interés. A mí poco me importaba, y me sigue sin importar, si las bandas que
oían me gustaban o no, con tal de que fueran "metaleras" ahí estaba
yo por el simple afán de conocerlas. Empecé a conocer gente con criterios
llamativos, con amplios conocimientos y dueños de nacientes discografías que me
dejaban atónito.
Los metaleros
Conocí muchas personas que, además de ser consumados melómanos -todavía
no se popularizaba tanto la palabra "metalero"-, me
compartieron casetes y discos de larga duración (lp) que fueron armando
mi criterio frente a las bandas que me gustaban y porqué me atraían tanto.
Recuerdo que poco o nada importaba si eran heavy, speed, thrash o ultra
metal, bastaba con que uno pudiera mover su cabeza como un
poseso y que, como acto reflejo, la guitarra, bajo, batería y micrófono
imaginarios hicieran parte de la forma en la que disfrutábamos de esas
canciones que tímidamente sonaban en algunos programas especializados de la
naciente radio en FM (año 84-85 aproximadamente).
Todo este preámbulo me sirve para ilustrar que esos gomosos del metal,
ahora sí, los metaleros, comenzarán a inscribirse en la cotidianidad de mi
vida, por ese entonces el colegio y mi barrio. No hablábamos de tribús urbanas,
hablábamos de metaleros, "unos peludos vestidos de negro, parchados con
una grabadora oyendo casetes con buen o mal sonido, traqueando desde Celtic
Frost hasta Saxon o las bandas de metalmedallo como Parabellum,
Astaroth, Reencarnación o Ekrión, por nombrar
algunas.
Aún, casi 30 años después, conservo muchas amistades de esa época que
siguen batallando con sus grupos (Posguerra, Tenebrarum, Masacre, Averno, Ekhymosis, Athanator,
Agressor) y que son personas ejemplares: profesionales, emprendedores,
padres de familia, profesores, en últimas, ciudadanos de bien que aportan a la
cultura y el entretenimiento de quienes nos empecinamos en seguir
"metaleando" hasta la saciedad.
Ahora, no todo es color de camiseta de Black Sabbath (es que
decir "color rosa" como que no me cuadraba acá, a no ser de que
habláramos de Poison, pero eso es otro cuento): desde esas épocas hasta
ahora, persiste una estirpe nauseabunda, triste y decadente que no ve más allá
de sus jeans torpemente entubados y de sus accesorios cochambrosos y
desvencijados: los "radicales".
Los radicales, los "trve" (ni idea porqué escriben eso
así), los "warriors", los que no son "possers"
(les toman una foto y ponen cara de estreñidos o de malotes con gastritis), son
fáciles de identificar porque gravitan cuan gallinazo al acecho de la roña, de
los bares o parches en los que están sus semejantes u otros metaleros que sí se
bañan y no compran segundazos en la Minorista. Miran feo, hablan feo, se visten
feo y huelen feo, pero lo más feo que tienen es esa intolerancia y pobreza
argumental contra otros metaleros de mente más abierta que no vendieron su alma
a una banda o un sonido en específico.
En una época y hoy en día evito los lugares en los que abundan ese tipo
de personas: no me cabe que algo que nos debería unir (sin pretender que seamos
una hermandad) sea motivo de envidias y rabias pendejas porque yo no uso una
camiseta de X banda y porque tengo otra de una quizá más comercial, o porque me
vieron en una fonda tomando ron con unos "faranduleros", en fin,
cuanta disculpa estúpida se inventen por no caber en su sucio y estrecho mundo,
tan estrecho como las botas de sus jeans baratos...
Tengo muchos conocidos y amigos que usan sus chalecos de jean llenos de
parches de bandas de metal clásicas, con correas de taches y hasta manillas de
clavos que no me niegan su saludo cuando me ven con camisetas polo, tenis de
colores o en compañía de amigos que distan de ser metaleros. He ido a bares de
metal en los que soy bien recibido aunque vaya con una camisa de manga corta de
cuadritos; no se me da nada pedir una canción de Cinderella y luego una
de Amon Amarth y respeto al blackero (aunque el black metal no es
de mi entero gusto) tanto como al que se atreve a usar leggins, pañoletas,
botas vaqueras, laca en su cabello y hasta maquillaje para su banda de glam
rock.
Por eso he dicho, en muchas ocasiones, que me gusta el metal, pero no
los metaleros, esos que no conocen de dónde vienen sus bandas, que se
sorprenderían al saber que el actual bajista de Exodus, Jack Gibson,
es un fan acérrimo de Johny Cash y no oye metal todo el día; que Dio admiraba
la voz de Ammy Lee (la cantante de Evanescence, una banda de nu
metal) y que muchos cantantes de death metal oyen country y hasta música
electrónica (sí, esa para hacer spininning) ¡cuando están de rumba!
Un grupo de Facebook, "Mi pasión es el metal", es uno de esos oasis donde metaleros de toda Colombia y otros países debaten, con altura y respeto, sobre lo que les gusta o no del metal. Hay noticias, debates, comentarios y demás de las bandas de metal que amamos y hasta las que detestamos, todo con el respeto de personas, que más que metaleros, son participantes serios que aportan desde sus saberes y gustos, enriqueciendo nuestras ansias de conocer y recordar bandas que siguen marcando nuestro amor por el metal.
Insisto: amo el metal, pero no a los metaleros que no ven más allá de sus greñas puercas y de sus miradas de asco, como si una larva los consumiera desde el recto.
|
Después de un toque en Nuestro Bar La 33, tocando algunos covers de hard rock y heavy metal con mi antigua banda, Flashback. |