martes, 11 de noviembre de 2014

Llegó la hora de tocar "con güevas"

Para quienes me conocen no es un secreto el gran amor que profeso por el rock and roll, en especial por el metal y gran parte de sus subgéneros y de la alegría que me da cuando voy a un buen concierto, sea este en un bar, salón, teatro, coliseo o en un gran escenario al aire libre, sin importar si es una banda clásica, local, nacional o extranjera.

Cuando voy a un concierto me fijo mucho en la ejecución de los instrumentos, en como la banda se apodera del escenario, como se mueven, el manejo del público, las luces, las imágenes o efectos que usen y, obviamente, el repertorio. Repito, sin importar si la banda es nueva o vieja, criolla o internacional. 

Obviamente sé sopesar los factores a favor o en contra que tenga una agrupación al momento de su presentación, por ejemplo: cuando vi a Metallica  por primera vez, en 1999, sabía que estaría en un espectáculo de una de las bandas más grandes de la historia del rock, con un derroche de luces, potencia sonora, pirotecnia y demás que aún recuerdo con mucha felicidad. Cuando tuve la oportunidad de ver (y conocer al mismo tiempo) a Orphaned Land, en un toque casi que íntimo en el auditorio de la Alianza Colombo Francesa, en Medellín, en 2012, sabía que vería a un grupo en un espacio muy limitado, con pocas luces, pero que basó su espectáculo en un sorprendente concierto en el que la maestría en la ejecución de canciones complejas, una exquisita muestra de folclor judío y árabe, y una potencia increíble en las canciones más metaleras fueron protagonistas, demostrando la excelente calidad de estos simpáticos israelíes. 

A lo que voy es que, un buen grupo, sin importar la parafernalia, debe tener la suficiente capacidad de ofrecer un buen espectáculo casi que en cualquier sitio, siempre y cuando haya un buen sonido y condiciones de acústica. En este punto es en el que fallan gran parte de las bandas de rock y metal locales y nacionales, muy a mi pesar y el de muchos fans que dudan en pagar 10 ó 20 mil pesos por verlas tocar, por más bien montado que esté el concierto o el "toque".

Metal con güevas
Motörhead, el mejor ejemplo de una banda de "metal con güevas".
Una banda que toque "con güevas" no es más ni menos que un grupo que sustente su performance en un sonido contundente, en bloque, agresivo, rápido, denso cuando se debe, animado, que va al grano y no da lugar a dudar de su poder por la fuerza que transmiten. Bandas como las que mencioné antes, y otras como AC/DC, Airbourne, Kreator, Exodus, Overkill, Black Sabbath, por nombrar algunas (la lista es extensa y ustedes lo saben) han dado sus mejores conciertos en condiciones técnicas austeras o con los montajes más rimbombantes, sin perder su energía. Claro, llevan muchos años en este negocio, se han sabido hacer su nombre, pero también han pasado por las duras y las maduras sin claudicar en su empeño por sonar fuerte y con gusto.

La invitación es que las bandas nuevas, las de trayectoria mediana y las clásicas retomen las bases que han hecho grandes a las agrupaciones insignias del metal o hard rock: la energía que transmiten a su público en vivo. Eso no se da de un día para otro, pero un gran paso es que, como dijo o parafraseó un gran amigo y colega, Napoleón Bermúdez García (http://medellinsinmusica.blogspot.com/), las bandas no hagan de su toque un "ensayo con público", sino un espectáculo basado en la seriedad con la que asumen su papel en el grupo y como exteriorizan la alegría o la energía con la que interpretan (no tocan) cada canción. 

Para el metal, amigos metaleros, hay que tener (como dicen mis grandes amigos José David y Juan Diego López Medina) bolas, las pelotas bien puestas, porque ha falta que hace un grupo que pise duro y detone en tarima... Eso no lo da tocar death, thrash, hardcore (me perdonarán, pero en este género es donde más se dan la pela de la energía que transmiten a su público) o power, eso lo da la persistencia, la autocrítica y creerse el cuento sin posar tampoco de rockstars criollos. Hay muchas bandas locales que tienen esa ventaja, no entraré a citarlas todavía para no generar una polémica que, más adelante, plantearé por acá...


lunes, 10 de noviembre de 2014

Me gusta el metal, pero no los metaleros



Tengo 46 años de edad, de ellos más de 30 oyendo las bandas de hard rock y metal que se me atraviesen, con o sin mucha prevención. Aunque crecí en un ambiente mediado por la música tropical, el "chucu chucu", las baladas románticas en español, boleros, algo de música clásica y los infaltables merengues propios de las fiestas de garajes de los años 80, siempre primaron en mis intereses musicales todas esas bandas en las que retumbaban guitarras, alaridos, baterías, bajos y carátulas llenas de calaveras, demonios o imágenes "retorcidas".

Cuando empecé a profundizar, con la rigurosidad de un nerd, el origen de cada una de esas bandas, su discografía, letras y hasta como lucían, me era imposible no dejar de fantasear en ser uno de esos héroes de la guitarra, la voz o la percusión que tanto me emocionaban. Mis ojos llorosos, palpitaciones aceleradas, sudor, temblores y una sonrisa de oreja oreja, más allá de parecer síntomas de un esquizoide en progreso, formaban parte de mi amor enfermizo e incondicional por el "rock pesado".

Obviamente, cuando uno empieza a forjar su interés por un tema en particular, entra en contacto con otras personas que comparten ese mismo interés. A mí poco me importaba, y me sigue sin importar, si las bandas que oían me gustaban o no, con tal de que fueran "metaleras" ahí estaba yo por el simple afán de conocerlas. Empecé a conocer gente con criterios llamativos, con amplios conocimientos y dueños de nacientes discografías que me dejaban atónito.



Los metaleros

Conocí muchas personas que, además de ser consumados melómanos -todavía no se popularizaba tanto la palabra "metalero"-, me compartieron casetes y discos de larga duración (lp) que fueron armando mi criterio frente a las bandas que me gustaban y porqué me atraían tanto. Recuerdo que poco o nada importaba si eran heavy, speed, thrash o ultra metal, bastaba con que uno pudiera mover su cabeza como un poseso y que, como acto reflejo, la guitarra, bajo, batería y micrófono imaginarios hicieran parte de la forma en la que disfrutábamos de esas canciones que tímidamente sonaban en algunos programas especializados de la naciente radio en FM (año 84-85 aproximadamente).

Todo este preámbulo me sirve para ilustrar que esos gomosos del metal, ahora sí, los metaleros, comenzarán a inscribirse en la cotidianidad de mi vida, por ese entonces el colegio y mi barrio. No hablábamos de tribús urbanas, hablábamos de metaleros, "unos peludos vestidos de negro, parchados con una grabadora oyendo casetes con buen o mal sonido, traqueando desde Celtic Frost hasta Saxon o las bandas de metalmedallo como Parabellum, Astaroth, Reencarnación o Ekrión, por nombrar algunas.

Aún, casi 30 años después, conservo muchas amistades de esa época que siguen batallando con sus grupos (Posguerra, Tenebrarum, Masacre, Averno, Ekhymosis, Athanator, Agressor) y que son personas ejemplares: profesionales, emprendedores, padres de familia, profesores, en últimas, ciudadanos de bien que aportan a la cultura y el entretenimiento de quienes nos empecinamos en seguir "metaleando" hasta la saciedad.
Ahora, no todo es color de camiseta de Black Sabbath (es que decir "color rosa" como que no me cuadraba acá, a no ser de que habláramos de Poison, pero eso es otro cuento): desde esas épocas hasta ahora, persiste una estirpe nauseabunda, triste y decadente que no ve más allá de sus jeans torpemente entubados y de sus accesorios cochambrosos y desvencijados: los "radicales".

Los radicales, los "trve" (ni idea porqué escriben eso así), los "warriors", los que no son "possers" (les toman una foto y ponen cara de estreñidos o de malotes con gastritis), son fáciles de identificar porque gravitan cuan gallinazo al acecho de la roña, de los bares o parches en los que están sus semejantes u otros metaleros que sí se bañan y no compran segundazos en la Minorista. Miran feo, hablan feo, se visten feo y huelen feo, pero lo más feo que tienen es esa intolerancia y pobreza argumental contra otros metaleros de mente más abierta que no vendieron su alma a una banda o un sonido en específico.

En una época y hoy en día evito los lugares en los que abundan ese tipo de personas: no me cabe que algo que nos debería unir (sin pretender que seamos una hermandad) sea motivo de envidias y rabias pendejas porque yo no uso una camiseta de X banda y porque tengo otra de una quizá más comercial, o porque me vieron en una fonda tomando ron con unos "faranduleros", en fin, cuanta disculpa estúpida se inventen por no caber en su sucio y estrecho mundo, tan estrecho como las botas de sus jeans baratos...

Tengo muchos conocidos y amigos que usan sus chalecos de jean llenos de parches de bandas de metal clásicas, con correas de taches y hasta manillas de clavos que no me niegan su saludo cuando me ven con camisetas polo, tenis de colores o en compañía de amigos que distan de ser metaleros. He ido a bares de metal en los que soy bien recibido aunque vaya con una camisa de manga corta de cuadritos; no se me da nada pedir una canción de Cinderella y luego una de Amon Amarth y respeto al blackero (aunque el black metal no es de mi entero gusto) tanto como al que se atreve a usar leggins, pañoletas, botas vaqueras, laca en su cabello y hasta maquillaje para su banda de glam rock.

Por eso he dicho, en muchas ocasiones, que me gusta el metal, pero no los metaleros, esos que no conocen de dónde vienen sus bandas, que se sorprenderían al saber que el actual bajista de Exodus, Jack Gibson, es un fan acérrimo de Johny Cash y no oye metal todo el día; que Dio admiraba la voz de Ammy Lee (la cantante de Evanescence, una banda de nu metal) y que muchos cantantes de death metal oyen country y hasta música electrónica (sí, esa para hacer spininning) ¡cuando están de rumba!

Un grupo de Facebook, "Mi pasión es el metal",  es uno de esos oasis donde metaleros de toda Colombia y otros países debaten, con altura y respeto, sobre lo que les gusta o no del metal. Hay noticias, debates, comentarios y demás de las bandas de metal que amamos y hasta las que detestamos, todo con el respeto de personas, que más que metaleros, son participantes serios que aportan desde sus saberes y gustos, enriqueciendo nuestras ansias de conocer y recordar bandas que siguen marcando nuestro amor por el metal.

Insisto: amo el metal, pero no a los metaleros que no ven más allá de sus greñas puercas y de sus miradas de asco, como si una larva los consumiera desde el recto.


Después de un toque en Nuestro Bar La 33, tocando algunos covers de hard rock y heavy metal con mi antigua banda, Flashback.

Por fin tengo un blog



Ese cuento de “en casa de herrero, azadón de palo” creo que es de los que más me ha aludido en los últimos 4 años cuando, por cosas de “rebusque profesional”, comencé a incursionar en este cuento de los blogs, pero de manera paga.

Empecé a trabajar por encargo para blogs de diferentes temáticas, que me proporcionaron conocimientos y herramientas de trabajo de las que no tenía idea al trabajar como redactor y reportero tradicional por tantos años. Este fue mi gran y duradero coqueteo con el mundo digital, ese que se me hacía distante y extraño y del que todavía tengo muchísimo por aprender.

Este, tal vez, es el reflejo tardío de ese consejo que una ex compañera de la universidad, Ángela Arroyave, me decía cada que yo publicaba algunos comentarios o reseñas de bandas de metal o de rock en Facebook: “deberías montar un blog”.  A esto, súmele unos cursos virtuales de periodismo digital que ofreció el ministerio de las TIC en convenio con la U de A que me mostró un mundo amplio, diverso y complejo en el cual me veía rezagado, dejado por el tren de infinitos vagones de la virtualidad.

Ahora , con poco más de año y medio de experiencia como redactor SEO, me aventuro por fin a tener un blog, asunto que me fue recalcado al hacer un curso de marketing digital en el que el profesor nos instaba a desarrollarlo, más aún cuando uno como comunicador social, no debería abstraerse del embate digital y su infinidad de bondades, oportunidades y hasta deficiencias.

Rock, metal, fitness y mierda es lo que publicaré acá.
Foto: Marcela Peláez.
Espero tener una buena frecuencia de redacción con asuntos que les gusten o que, al menos, les generen una posición a favor o en contra de todo lo que quisiera esputar.

Nos seguimos leyendo…